Por: SuperDD @superdd_illustrator
Josi Guaimas @jositux
Andrea Sagardoy, también conocida como “Super DD” es una talentosa diseñadora gráfica, ilustradora, y amante de las plantas residente en San Jorge (Santa Fé Argentina). Sus ilustraciones despliegan centenares de figuras y simpáticos personajes que deambulan por la web haciendo muecas.
Hoy me levanto como en un día cualquiera y escucho noticias de Gaza que estremecen mi corazón. Necesito entender del tema y empiezo a buscar información histórica para conocer los hechos. Puedo pasar horas, días, meses profundizando y comentando mi material a toda persona que se me cruza. En el universo de la neurodiversidad este interés intenso por un tema particular se denomina infodumping.
Hace un tiempo que descubrí que soy neurodivergente, muy difícil de diagnosticar en mujeres debido a los estereotipos de género enfocados solo en lo masculino y al enmascaramiento que aprendemos desde niñas donde camuflamos nuestros síntomas en situaciones sociales, imitando comportamientos considerados normales. Enmascarar emociones, sumado a la hipersensibilidad sensorial y los problemas de comunicación pueden ser realmente agotador. Entender cómo funciona mi cerebro me hizo dar cuenta que funciono mejor sola, con mis tiempos, con mis ideas, con mi silencio o mi ruido. En mi profesión, el diseño, disfruto de lo proyectual y predecible, pero en el dibujo dejo la libertad, la introspección y espontaneidad para comunicar.
El proceso me sumerge en una búsqueda de información, lecturas, imágenes de referencia, pinceles y texturas, el estilo apropiado, la paleta cromática, y hoy debido al uso de historias y reels, también pienso la música. Todo es inmersión total, que como ya mencioné puede ser de tiempo indefinido #deadlinefobic. Esta libertad absoluta sobre lo que hago es una de las cosas que más placer y felicidad me da en la vida.
Estoy atravesada por los problemas que lleva la desigualdad de género, por el proceso histórico que nos llevó a las mujeres al lugar en el que estamos, por desenmascarar el privilegio estructural de lo masculino. Y también, con mis dibujos, quiero comunicárselo a todo el mundo. Un libro revelador en este aspecto fue para mí «El Calibán y la Bruja: mujeres, cuerpo y acumulación originaria» escrito por la historiadora Silvia Federici, donde explora la conexión entre la caza de brujas en la Europa medieval y la consolidación del capitalismo. Federici argumenta que la persecución de las brujas fue una táctica para controlar a las mujeres y disciplinarlas en un momento crucial de transformación social y económica. Ella destaca cómo esta persecución contribuyó a la acumulación originaria del capital al despojar a las mujeres de sus conocimientos y al someterlas en los ámbitos productivo y reproductivo, restringiendo su autonomía.
Hace poco comencé con un nuevo interés especial: «Plantas nativas, medicinales y/o comestibles» y recordé precisamente el libro de Federici donde contaba cómo en este proceso de acumulación originaria de capital, se despojó a las mujeres de sus conocimientos sobre hierbas medicinales y prácticas curativas tildándolas de brujas o de herejía. Tenían el poder de entender la naturaleza, el poder de curar, de ayudar a dar a luz o de abortar. Ella nos cuenta que la eliminación de las mujeres que poseían conocimientos sobre plantas medicinales contribuyó a la masculinización de la práctica médica, consolidando así el control de los hombres sobre el cuerpo el cuerpo y la salud. Y así con toda esta info, veo una plantita en mi patio mal llamada «maleza» por el agronegocio y me pregunto ¿Cómo se llama? ¿Qué propiedades tiene? ¿Se puede comer? Es increíble cuando te das cuenta de que estás rodeado de alimento y medicina, de plantas que por estar adaptadas a este ambiente no necesitan agrotóxicos para evitar plagas. Y reflexionás sobre los miles de hectáreas sembradas con cultivos que si o si necesitan algo artificial para poder sobrevivir y no te dan los números. ¡Qué locos estamos! Conocer, te hace reconocer y actuar en consecuencia. Así también entiendo que debo cuidar estas plantas, entender su ciclo, dejar que algunas florezcan para convertirse en frutos que alimenten polinizadores, que sus semillas puedan viajar con el viento o en el lomo de mi gato para que la creación siga. Fuimos las guardianas de la tierra y podemos seguir siéndolo, quiero recuperar ese poder.
«La vida no se apoderó del mundo mediante el combate, sino mediante la creación de redes». Esta cita corresponde a la cientifica Lynn Margulis, de su libro de 1987 «Microcosmos: cuatro mil millones de años de evolución microbiana». Hace ya bastante tiempo, que, por la necesidad de alimentarme mejor, llegué al mundo de los alimentos fermentados y por ende al mundillo de los maravillosos microorganismos. En ese momento donde todavía no había casi estudios sobre microbiota pero si muchos científicos intuyendo lo que pasaba, fue realmente revelador comprender que tenemos casi 300 veces más genes de microbios que ADN propio. ¿Por qué no lo supimos antes? Muchos factores supongo, pero en síntesis asumimos que la mayoría eran malos y que había que combatirlos. Creamos antibióticos que nos ayudaron con las enfermedades infecciosas más graves y eso fue un éxito indiscutible, mejoraron nuestra expectativa de vida, pero también creó un nuevo problema con este microbioma que recién hoy estamos descubriendo y apreciando. Todavía vemos publicidades que prometen eliminar el 99% de los gérmenes sin la distinción de quienes son los buenos y los malos. Hoy nos reconocemos como un gran organismo simbionte que vive en estrecha relación con bacterias, virus, hongos, levaduras y arqueas. Allí están tapizando cada célula de nuestro cuerpo y ayudándonos en funciones metabólicas que ellos mismos desarrollaron hace millones de años. Y ahí estoy yo, comenzando mi vinagre de manzana pensando en las levaduras que se activarán contentas con el azúcar para producir una fiesta de alcohol y burbujas de dióxido de carbono. Luego vendrán las bacterias acéticas reclamando oxígeno para convertir el alcohol producido en ácido acético. Unos días más y Voilá, nuestro propio vinagre!
A una escala microscópica, a una escala real, lo que nos enseña la naturaleza es que estamos indefectiblemente conectados, todos, en un mismo lugar, un planeta simbiótico en el cual nunca podremos existir sin cooperación. El individualismo y la explotación sin control de los recursos naturales que proponen los sistemas económicos actuales nos desconecta de todos estos procesos de los cuales evolutivamente formábamos parte. ¿Podremos reconocernos nuevamente como parte de este ciclo de vida comunitario o seguiremos sintiéndonos superiores y dominantes? ¿Qué significa hoy «ser humano »?
Es diciembre en Argentina y el calor se hace presente en esta mañana tranquila en algún lugar de la llanura pampeana. Es un lugar con mucho silencio y eso es algo que necesito. Mi lugar no es un lugar, es un estado, mi mood necesita algo verde y vivo, cosas que aprender, cosas que dibujar, cosas que construir, cosas para crear, ideas, mascotas que acariciar y sobre todo, aquellos afectos que perduran. No me interesa tener un lugar en la sociedad, pero si me moviliza entender cuál es mi lugar en la naturaleza. Estar en simbiosis con otras formas de vida podría ser la respuesta a todo. Este proceso que prosigue sin cesar «cuenta en nuestros cuerpos la verdadera historia de la vida en la Tierra».
Ojalá algún día nos sentáramos a reflexionar cuál es nuestro lugar en este universo y qué queremos lograr como humanidad. Mientras tanto revuelvo mis manzanas para que se conviertan en alcohol y luego en vinagre, ayudando a crear, una vez más, ese microcosmos infinito que vive en cada uno de uno de nosotros.
Andrea Sagardoy a.k.a Superdd
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