Por: Tatiana Rabat @tatyrabatz
El Río Magdalena, majestuoso y eterno, se yergue como el hilo conductor que entrelaza la historia y la vida misma de Colombia. Desde su nacimiento en el Páramo de las Papas entre el Cauca y el Huila, serpentea con gracia a través de paisajes mágicos y pueblos llenos de encanto antes de desembocar en Bocas de Ceniza en Barranquilla.
Este río es un testigo silencioso de la historia de Colombia, desde los tiempos precolombinos hasta la actualidad. Como una ruta relevante para el comercio y el transporte, ha sido el vínculo entre comunidades distantes, uniendo y facilitando intercambios a lo largo del tiempo.
Durante la conquista española, el Magdalena se convirtió en el camino para la exploración. Los conquistadores lo emplearon como la ruta principal para expandir y colonizar el territorio, agregando así otro capítulo a su relato vivo.
En las eras posteriores fue el nexo esencial entre el interior del país y las costas del Caribe, transportando bienes y personas, y como fuente de riqueza y desarrollo económico con la pesca y la extracción de oro.
El río mantuvo su relevancia y los puertos a lo largo de su recorrido se convirtieron en pilares del comercio, potenciando el flujo de bienes y cultura a lo largo y ancho del país. Así, a lo largo de su travesía, el Magdalena abraza tierras fértiles y valles exuberantes, nutriendo y sustentando comunidades a su paso.
En La Dorada, Caldas, con su encanto particular, se convierte en una parada donde la historia y la modernidad se entrelazan, reflejando su importancia económica y cultural.
En Honda, Tolima, con su arquitectura colonial y atmósfera nostálgica, se erige como un testigo silencioso del tiempo y es aquí donde el río se muestra majestuoso, como un lazo que une el pasado y el presente, llevando consigo las historias y secretos de las poblaciones que han florecido a sus orillas.
Sigue hacia Mompox, Bolívar, una joya colonial suspendida en el tiempo que se sumerge en sus aguas, conservando la esencia de épocas pasadas. El río acaricia el paisaje de ensueño que parece haber sido pintado por el pincel de la nostalgia, evocando tiempos mejores.
Finalmente, el Magdalena se entrega por completo en Bocas de Ceniza, en Barranquilla. Aquí, el viaje llega a su fin, desembocando en el mar Caribe con una mezcla de poder y serenidad, ofreciendo sus aguas como tributo al vasto océano, en un abrazo que simboliza la conexión entre la tierra y el mar.
El Río Magdalena es mucho más que agua en movimiento; es un testamento vivo de la historia y la cultura. Su travesía es un poema en sí mismo, una oda al legado que deja a su paso.
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Fotografías del Río Magdalena por Julie Mafiol: Instagram: @juliemafiol
Fotografías de Barranquilla (Bocas de Ceniza) por Mike Yough: Instagram: @mikeyough
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